00:02 h. sábado, 20 de abril de 2024

Cheo Feliciano: y el gato se cansó de vacilar

El País  |  18 de abril de 2014 (22:45 h.)
Cheo Feliciano

Una flor para la voz dulce de la salsa que se apagó el pasado jueves y que nos enseñó a cantar ‘El ratón’.

El joven Cheo había llegado hasta el edificio de la Calle 52 con 8 Avenida de Nueva York para probar suerte como percusionista. Solo era necesaria una pequeña prueba, eso le habían explicado. Y él se sentía confiado.

Corrían los años 50. El muchacho de 17 años llevaba varios cultivando un amor sanguíneo por las congas; las llevaba consigo a la playa y a los parques en los que improvisaba rebateos felices junto a sus amigos de Ponce, ciudad de Puerto Rico en la que nació el 3 de julio de 1935.

Todo estaba dado. Al menos eso creyó el joven Cheo, hijo de un carpintero y un ama de casa. Pero la vida, que a veces se las ingenia para ser despótica sin que nos duela, quiso negarnos al joven que castigaba con sus manos los cueros y, a cambio, integró su voz a la banda sonora de varias generaciones. Una voz dulce, sensual, melódica, gozona.

El de la 8 Avenida era un lugar frecuentado por empresarios de la industria discográfica y por músicos de fuste. El muchacho, que ya para entonces había dejado de llamarse José Luis Feliciano Vega —para todos los que amamos la salsa será simplemente Cheo— colaboraba en ensayos de las orquestas de Machito, Tito Puente y Tito Rodríguez.

Fue este último quien logró que Cheo cambiara para siempre su lugar en el mundo. Tras escuchar los comentarios de los músicos de su big band, que daban fe de lo ‘afinao’ que cantaba, Tito acabó por invitarlo a la tarima del Palladium.

—Cheo, ¿tú cantas?— preguntó incrédulo el gran Tito.

—¡Soy el mejor cantante de este mundo!—, se apresuró a contestar el Cheo.

Lo que sucedió después se lo contó el cantante al periodista puertorriqueño Abel Delgado, hace diez años. Tito se paró frente al público: “Damas y caballeros, con ustedes, el más reciente descubrimiento de la escuelita”. Solía llamar así a los que pasaban por su banda.

“Le entregó unas maracas y le dijo: “¡Demuéstrame que eres el mejor!”. Y Cheo cantó. Y justo un tema popularizado por Tito: ‘Changó ta vení’. El público respondió con aplausos y pidió más canciones. Cheo no lo podía creer”, recuerda Delgado.

La buena estrella que ya comenzaba a brillar para él quiso que Rodríguez lo recomendara con Joe Cuba, padre del boogalo, para que lo incluyera en su sexteto. Y es aquí cuando uno cierra los ojos y deja que el cuerpo se vaya moviendo mientras la voz de Cheo nos canta pachangas deliciosas como aquella de “a las seis es la cita, no te olvides de ir”... O ese otro temazo que nos obliga a cantar: “A cuco el bravo me dicen lo dejaron tirao”...

Con Joe Cuba, Cheo permaneció diez años y grabó 17 discos. Uno de ellos contiene la canción que le regaló al chico de Ponce algo que nunca cortejó: la fama. Se llama ‘El Ratón’ y él mismo la escribió. Con La Fania la interpretó muchísimas veces.

¿Existirá alguien que no se haya asomado a YouTube para escuchar la voz de Cheo, en vivo, durante ese concierto en tierras del África en el que suena de fondo la guitarra de Santana y Johnny Pacheco, en plena sicoledia, dirige su orquesta?

“Échale semilla a la maraca para que suene, chacucha cuchu cucha cucha”...

El periodista y salsero de quilates Medardo Arias cree que con Cheo Feliciano se escribió el capítulo final de “una época de inmigración latina a Nueva York, a ritmo de conga y bongó”.

Cheo, dice, “la puso en la China”, con el Joe Cuba Sextet y el disco ‘I never go back to Georgia’. ¿La recuerdan? “Oye, y ese pito”... Al Cheo, cuenta Medardo, le tocó suceder a esos primeros grandes que llegaron a la Gran Manzana como El Canario, Frank Grillo, ‘Machito’ y Mario Bauza, a quienes, por negros, les impedían cantar en el bar del Waldorf Astoria.

Gracias al Cheo, las cosas cambiaron- Y tras ese paso memorable, trabajó con otro grande, Eddie Palmieri, con quien grabó dos álbumes, ‘Champagne’ y ‘Disco Blanco’, uno de esos vinilos que todo salsero debe escuchar antes de morir.

Para esa época ya las drogas habían llegado a su vida. Consciente de los nubarrones negros que pronto desatarían la tormenta, por su propia decisión se internó en Hogares Crea, de Puerto Rico, durante cuatro años.

Al salir aguardaba por él la noticia feliz de que Tite Curet Alonso, el más grande compositor de la música latina, había dejado una carpeta marcada con su nombre en el escritorio de Jerry Masucci, de discos Fania. Contenía varias canciones compuestas pensando en su voz.

En el año 71, aparece el álbum ‘Cheo’. Y prensado en este temas inolvidables como ‘Anacaona’ y ‘Mi triste problema’. Poco después ‘La voz sensual’, trabajo discográfico que nos entrega la voz de Cheo en uno esos boleros que astillan corazones: ‘Juguete’. Y en el 73, un álbum con clásicos como ‘Salomé’.

Desde entonces, en Cheo fuimos encontrando, como dice el melómano Andrés Diaz, “a una especie de cronista del barrio, que nos contaba la realidad de los latinos”. Porque eso es lo que son realmente canciones como ‘Sobre una tumba humilde’ y ‘Juan albañil’, que hicieron parte del álbum ochentero ‘Sentimiento tú’; el mismo en el que suena ese señor bolero que es ‘Amada mía’ y otro de sus temas cardinales, ‘Salí porque salí’.

Era el mismo Cheo que nos hizo bailar boogaloos, panchangas y son montuno. Lo mismo boleros que la salsa dura de los 70. “Pasó a la historia porque supo siempre cómo reiventarse”, cree Díaz. Pasó a la historia, creo yo, mucho antes de ese accidente que nos lo arrebató el pasado jueves, a los 78 años. Esa madrugada en la que el gato se cansó de vacilar.