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Andrés Castañeda

Fachadas

Andrés Castañeda | 29 de julio de 2015

Dicen los creyentes que la fe mueve montañas. Dicen los ateos que son montañas de dinero. Ella, sin embargo, lo dice de una mejor manera: "... ese espíritu que nos arranca de la quietud y nos lleva a escalar montañas no me fue dado. Supongo que a cambio tengo la fe que las mueve". No sé si la fe pueda hacer que una montaña renuncie a su pacífica quietud para, por ejemplo, llegar hasta Mahoma, pero si la fe tiene alguna utilidad, tal vez no sea la de arrancarnos de la quietud sino precisamente todo lo contrario: la fe nos mantiene inmersos en ella para poder contemplar el mundo sin afán.

Lizeth León es, según ella misma afirma, fachadista y boleróloga, estudió filosofía, periodismo y un poco de historia del arte en Roma. Es escritora e ilustradora y la creadora de Fachadas bogotanas, un proyecto que empezó a gestarse a principio de año y que implicó tres meses de caminar la ciudad, reconocerla, encontrar historias, tomar fotografías, buscar ángulos, dibujar, poner color; es un trabajo de ilustración que solo podía nacer de la quietud, la paciencia y, si se quiere, de la fe.

Así, en cada ilustración, uno puede encontrarse con la ciudad que nadie nota debido al ruido de lo cotidiano. La Candelaria, Santa Fe, Teusaquillo, Chapinero, Modelia, Suba, Cedritos, Fontibón, Usme, Antigua, Siete de agosto, Niza, Usaquén: allí están todos esos lugares que llevan a cuestas sus historias particulares, todas esas calles, casas, edificios, tiendas, cafés que la inmensidad de la ciudad se va tragando y que transeúntes no tienen tiempo para ver, todos plasmados desde la belleza del silencio apacible. Hay estudiantes perdiendo el tiempo en la Plazoleta del Rosario frente al Café Pasaje, cables de luz como telarañas infinitas sobre una casa en Pasquilla, un carro verde junto a una casa en Antigua, un perro acostado en la acera en El Morisco, gente caminando frente al teatro Jorge Eliecer Gaitán en donde se anuncia un concierto de salsa. Allí radica la belleza de Fachadas, en ese instante de ajetreo que se queda inmóvil para siempre plasmado a pulso sobre el papel, en la paciencia que supone transformar el ruido en silencio.

Si acaso hay una virtud más que le podamos endilgar a la fe es la de otorgarle sentido y vida a objetos que de otra manera serían inertes. Cada una de las páginas de Fachadas bogotanas tiene alma por el simple hecho de ser una de esas cosas que ya nadie se toma el trabajo de hacer y por tratarse de sitios que nadie se toma el tiempo de mirar. Sus trazos carecen de la exactitud de las líneas vectorizadas de los programas de diseño, los colores no son la perfecta captura de la luz de un lente fotográfico sino el trabajo de mezclar acuarelas hasta dar con el tono indicado. Claro que cada dibujo tiene un alma: un espíritu que permite contar y ver una ciudad a través de sus fachadas.

Tal vez para ser fachadista haga falta ser bolerólogo. No sé, habría que preguntarle a ella, pero si sus dibujos tuvieran un sonido, seguro sería el de la cadencia rítmica de algún bolero de esos que ya nadie escucha. En todo caso, sin importar cual sea el sonido -el de un bolero, el de un tango, el de una orquesta de salsa brava- dan ganas de irse a vivir a una de las fachadas de Lizeth.

@acastanedamunoz

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